Consideren, durante un segundo, a los ex atletas que han tenido un logro espectacular que queda grabado para siempre en nuestra memoria.
Piensen en Don Larsen, o Buster Douglas, o David Tyree. Para nosotros, el momento es simple: inmortaliza a esos atletas. Pero para los atletas no es tan sencillo.
Ellos a menudo tienen una relación complicada con esos momentos, porque esos momentos son sus legados, les guste o no. Cuanto mucho, ellos tienen la satisfacción de haber logrado algo trascendente. En el peor de los casos, la irritación de sentirse meras maravillas pasajeras que tuvieron una carrera entera a la cual nadie le presta atención.
Por eso, no sabía qué íbamos a recibir en una pesada mañana de agosto en Jefferson, Louisiana, en las afueras de Nueva Orleans, cuando entramos a la casa de Tom Dempsey.
El legendario pateador de los Saints está más que feliz de hablar sobre lo único que él está dispuesto a discutir: su patada récord de la NFL de 63 yardas para un gol de campo un 8 de noviembre, hace ya 40 años. Gracias a esa patada, Dempsey es un nombre famoso, pero como el momento fue capturado solamente en una filmación borrosa hecha desde la distancia, él no es un rostro famoso.
En persona es más grande de lo que esperábamos, al menos para un pateador, hasta que él se encarga de recordarnos que fue un ala defensiva transformado en pateador. Su barba es fina y blanca, coronada por un cabello prolijamente peinado. Viste una camisa negra y pantalones kaki, con los colores de los New Orleans Saints.
Está sentado en su sofá, atándose su único zapato. Su pie izquierdo, el bueno, está metido en un yeso, recuperándose de una cirugía reciente. Su pie derecho, claro, es más como un palo, porque no ha tenido dedos durante los 63 años de Dempsey. Le llena la parte trasera del zapato, y el frente está rellenado con tela.
Dempsey, quien tampoco tiene dedos en su mano derecha desde su nacimiento, no habla tonterías sobre la patada. Otras cosas importan más que otra conmemoración de un momento que ha sido conmemorado lo suficiente. Él prefiere alardear de sus tres hijos, o de sus tres nietos, o lamentarse por el derrame de petróleo en el Golfo, o gesticular negativamente sobre sus frustraciones con la política en general.
El único momento en el que el fútbol americano sale a la superficie es, sin ser pedido, cuando su rabia sobre el modo en que se trata a los ex jugadores comienza a emerger. "La mayoría de los dueños espera que los jugadores viejos se mueran antes de que les cuesten un montón de dinero", dice.
Aún así, él sabe por qué estamos aquí. Y por eso, antes de que pase mucho tiempo, él sabe que es hora de contar nuevamente su historia sobre el 8 de noviembre de 1970, una rutina que ya tiene dominada.
Siguiendo los consejos de 'El Dedo'
Él dice que el día estaba fresco pero también húmedo. Dice que no durmió en el hotel con el equipo la noche antes porque, por primera vez en todo el año, el equipo no tenía hotel.
Los Saints tenían marca de 1-5-1 y acababan de despedir al entrenador en jefe Tom Fears la semana anterior, por lo cual este era el primer juego de J.D. Roberts. A diferencia de su predecesor, Roberts dejó que sus jugadores duerman en sus casas antes del partido.
Los Saints perdían ante los Detroit Lions por 17-16. Faltando 11 segundos para jugar, los Lions tenían la victoria asegurada cuando Errol Mann pateó un gol de campo de 18 yardas. Pero luego de la patada de salida siguiente, el mariscal de campo de los Saints, Billy Kilmer, se conectó con el receptor Al Dodd para un pase de 17 yardas sobre la banda. El reloj se detuvo cuando faltaban dos segundos para el final.
"Yo había pedido tiempo fuera y le pregunté a nuestro coordinador ofensivo (Don Heinrich) '¿tienes algo listo para esta situación?'", recordó Roberts, un ex jugador de la Universidad de Oklahoma en una entrevista reciente con el periódico The Oklahoman.
"Él dijo 'realmente no. Podemos hacer un intento y lanzarla al aire a ver quién la toma'. Dempsey estaba ahí parado y dijo 'yo puedo patearla'".
Según lo que él recuerda, Dempsey, quien había convertido 3 de sus 4 goles de campo anteriores ese día, escuchó que uno de los entrenadores dijo "Dile a Stumpy (Muñón) que se prepare".
Claro, Stumpy no es otro que Dempsey. El tacto no es un valor muy apreciado en los vestuarios. Él sabía que el intento era largo pero no sabía cuán largo iba a ser.
"Si hubiese sabido que eran 63 yardas, quizás lo hubiese arruinado", dice.
Intentó recordar lo que el gran pateador Lou "The Toe" (el Dedo) Groza le dijo una vez: "Mantén la cabeza gacha y dale seguimiento a la patada".
Él hizo eso, en ese estilo recto hacia adelante, a diferencia de los pateadores de estilo fútbol soccer de hoy en día.
Dempsey recuerda lo que sintió: "Fue como en el golf, cuando pegas un drive largo". ¿Cómo sonó?: "Una explosión fuerte".
¿Lo que vió?: "Los oficiales alzando las manos".
Dijo Roberts sobre Dempsey, quien entró al partido habiendo conectado apenas 5 de 15 intentos de gol de campo: "Él tenía la pierna. Podía patear muy lejos. Era solamente una cuestión de ver adonde iba el ovoide".
Dempsey no se enteró de que fue un récord hasta después del partido, cuando un reportero de televisión le dijo que había mejorado la marca previa por 7 yardas (56 yardas, del pateador de los Baltimore Colts, Bert Rechichar, en 1953).
Esa noche, él y algunos compañeros fueron al bar favorito de Dempsey, el Old Absinthe House en Bourbon Street, y tomaron cerveza Dixie hasta las 7 a.m.
"Nos quedamos despiertos toda la noche", dice. "Bastante típico".
Honrando "La patada"
Es sincero y gracioso cuando habla de la patada, y no es estereotipado. Es el éxito que todos quieren escuchar, como su propio "Born to Run" o "Margaritaville". Lo ha contado cientos de veces, mayormente en sesiones de firma de autógrafos en todo el país. El hecho de que sucedió hace 40 años no le quita entusiasmo. Él ha sido llamado para recordar esa patada tantas veces (10 ó 20 años después del hecho, durante la temporada pasada en que los Saints llegaron al Super Bowl) que le sale solo.
Y él no se preocupa mucho por decirle al mundo que la vida es mucho más que una patada. ¿Cuánta gente con discapacidades físicas juega al fútbol americano, y mucho menos durante una década como profesionales? "Si la gente quiere hablar conmigo" sobre la patada, dice, "eso no me molesta".
Pero en verdad, él no piensa en eso muy seguido. Su oficina, la única sala con recuerdos del fútbol americano, tiene un cuadro de él pateando un gol de campo ganador, pero es una patada diferente, ante los Rams.
Sobre su armario están los muchos balones que recibió a través de su carrera. Él está más orgulloso del balón que recibió luego de que los Saints derrotaran a Dallas.
"Siempre odié a los Cowboys", dice.
Claro, tiene un par de cosas para el recuerdo: dos artículos de periódico enmarcados, una carta del presidente Richard Nixon. Pero eso es todo.
Su zapatilla y el balón están en el Salón de la Fama de los Saints. ¿Su camiseta? En una vitrina en su escuela secundaria de San Dieguito High en Encinitas, California. ¿Sus pantalones? No tiene idea de donde están. ¿Su casco? Se lo dio a un amigo.
Algunos atletas, como por ejemplo Dan Marino, han sido muy protectores con sus récords, preocupándose porque su legado desaparezca cuando el récord ya no esté. Por su parte, Dempsey se conmovió cuando en 1998 cuando el pateador de los Denver Broncos Jason Elam lo empató, en el aire más ligero de las alturas.
Hace poco más de un año, un pequeño grupo de gente en Encinitas comenzó un movimiento para inmortalizar la patada.
Ellos quieren erigir una estatua de Dempsey de una tonelada pateando para el récord en un parque en construcción. El movimiento, llamado el Proyecto Dempsey, está suspendido, esperando que el parque de 44 acres sea aprobado. Pero si la población local acepta el parque, la estatua se erigirá en alrededor de un año.
"No es solamente por un récord que se ha mantenido por 40 años", dijo el intendente de Encinitas Dan Dalager, amigo de la infancia de Dempsey. "Es también por el tipo de persona que él es".
A Dempsey no parece importarle el hecho de que, algún día, su nombre ya no estará en la cima de esa lista. "Los récords se hicieron para romperse", dice, encogiéndose de hombros. Claro, no importa cuán raro sea que la gente piense que uno llegó a la cima de su carrera a la edad de 23 años, él sabe que ese momento lo ha ayudado mucho en la vida.
Después de todo, esta semana de agosto marca el quinto aniversario del Huracán Katrina. En 2005, Dempsey y su esposa Carlene, vivían en Metairie, Louisiana. Su hogar fue invadido por alrededor de un metro de agua.
Si es que se sintió incómodo sobre la atención que recibió gracias a ese momento, eso se ha aclarado rápidamente. Dempsey fue capaz de reconstruir su vida en parte gracias al dinero que ganó con aquella patada, apareciendo en exhibiciones y firmas de autógrafos, a menudo hasta ocho veces por año.
Él sabe que nadie lo llamaría si no fuese por aquella patada de 63 yardas. Ha conocido mucha gente gracias a aquello, y ha ganado bastante dinero, lo suficiente como para vivir en esta modesta casa en un momento en el que muchos nativos de Nueva Orleans todavía se preguntan cómo podrán ponerse a andar nuevamente.
"Tuve suerte", dice.
¿Y si es solamente gracias a aquella patada? Él lo acepta con una sonrisa, y se conforma con su lugar.
Piensen en Don Larsen, o Buster Douglas, o David Tyree. Para nosotros, el momento es simple: inmortaliza a esos atletas. Pero para los atletas no es tan sencillo.
Ellos a menudo tienen una relación complicada con esos momentos, porque esos momentos son sus legados, les guste o no. Cuanto mucho, ellos tienen la satisfacción de haber logrado algo trascendente. En el peor de los casos, la irritación de sentirse meras maravillas pasajeras que tuvieron una carrera entera a la cual nadie le presta atención.
Por eso, no sabía qué íbamos a recibir en una pesada mañana de agosto en Jefferson, Louisiana, en las afueras de Nueva Orleans, cuando entramos a la casa de Tom Dempsey.
El legendario pateador de los Saints está más que feliz de hablar sobre lo único que él está dispuesto a discutir: su patada récord de la NFL de 63 yardas para un gol de campo un 8 de noviembre, hace ya 40 años. Gracias a esa patada, Dempsey es un nombre famoso, pero como el momento fue capturado solamente en una filmación borrosa hecha desde la distancia, él no es un rostro famoso.
En persona es más grande de lo que esperábamos, al menos para un pateador, hasta que él se encarga de recordarnos que fue un ala defensiva transformado en pateador. Su barba es fina y blanca, coronada por un cabello prolijamente peinado. Viste una camisa negra y pantalones kaki, con los colores de los New Orleans Saints.
Está sentado en su sofá, atándose su único zapato. Su pie izquierdo, el bueno, está metido en un yeso, recuperándose de una cirugía reciente. Su pie derecho, claro, es más como un palo, porque no ha tenido dedos durante los 63 años de Dempsey. Le llena la parte trasera del zapato, y el frente está rellenado con tela.
Dempsey, quien tampoco tiene dedos en su mano derecha desde su nacimiento, no habla tonterías sobre la patada. Otras cosas importan más que otra conmemoración de un momento que ha sido conmemorado lo suficiente. Él prefiere alardear de sus tres hijos, o de sus tres nietos, o lamentarse por el derrame de petróleo en el Golfo, o gesticular negativamente sobre sus frustraciones con la política en general.
El único momento en el que el fútbol americano sale a la superficie es, sin ser pedido, cuando su rabia sobre el modo en que se trata a los ex jugadores comienza a emerger. "La mayoría de los dueños espera que los jugadores viejos se mueran antes de que les cuesten un montón de dinero", dice.
Aún así, él sabe por qué estamos aquí. Y por eso, antes de que pase mucho tiempo, él sabe que es hora de contar nuevamente su historia sobre el 8 de noviembre de 1970, una rutina que ya tiene dominada.
Siguiendo los consejos de 'El Dedo'
Él dice que el día estaba fresco pero también húmedo. Dice que no durmió en el hotel con el equipo la noche antes porque, por primera vez en todo el año, el equipo no tenía hotel.
Los Saints tenían marca de 1-5-1 y acababan de despedir al entrenador en jefe Tom Fears la semana anterior, por lo cual este era el primer juego de J.D. Roberts. A diferencia de su predecesor, Roberts dejó que sus jugadores duerman en sus casas antes del partido.
Los Saints perdían ante los Detroit Lions por 17-16. Faltando 11 segundos para jugar, los Lions tenían la victoria asegurada cuando Errol Mann pateó un gol de campo de 18 yardas. Pero luego de la patada de salida siguiente, el mariscal de campo de los Saints, Billy Kilmer, se conectó con el receptor Al Dodd para un pase de 17 yardas sobre la banda. El reloj se detuvo cuando faltaban dos segundos para el final.
"Yo había pedido tiempo fuera y le pregunté a nuestro coordinador ofensivo (Don Heinrich) '¿tienes algo listo para esta situación?'", recordó Roberts, un ex jugador de la Universidad de Oklahoma en una entrevista reciente con el periódico The Oklahoman.
"Él dijo 'realmente no. Podemos hacer un intento y lanzarla al aire a ver quién la toma'. Dempsey estaba ahí parado y dijo 'yo puedo patearla'".
Según lo que él recuerda, Dempsey, quien había convertido 3 de sus 4 goles de campo anteriores ese día, escuchó que uno de los entrenadores dijo "Dile a Stumpy (Muñón) que se prepare".
Claro, Stumpy no es otro que Dempsey. El tacto no es un valor muy apreciado en los vestuarios. Él sabía que el intento era largo pero no sabía cuán largo iba a ser.
"Si hubiese sabido que eran 63 yardas, quizás lo hubiese arruinado", dice.
Intentó recordar lo que el gran pateador Lou "The Toe" (el Dedo) Groza le dijo una vez: "Mantén la cabeza gacha y dale seguimiento a la patada".
Él hizo eso, en ese estilo recto hacia adelante, a diferencia de los pateadores de estilo fútbol soccer de hoy en día.
Dempsey recuerda lo que sintió: "Fue como en el golf, cuando pegas un drive largo". ¿Cómo sonó?: "Una explosión fuerte".
¿Lo que vió?: "Los oficiales alzando las manos".
Dijo Roberts sobre Dempsey, quien entró al partido habiendo conectado apenas 5 de 15 intentos de gol de campo: "Él tenía la pierna. Podía patear muy lejos. Era solamente una cuestión de ver adonde iba el ovoide".
Dempsey no se enteró de que fue un récord hasta después del partido, cuando un reportero de televisión le dijo que había mejorado la marca previa por 7 yardas (56 yardas, del pateador de los Baltimore Colts, Bert Rechichar, en 1953).
Esa noche, él y algunos compañeros fueron al bar favorito de Dempsey, el Old Absinthe House en Bourbon Street, y tomaron cerveza Dixie hasta las 7 a.m.
"Nos quedamos despiertos toda la noche", dice. "Bastante típico".
Honrando "La patada"
Es sincero y gracioso cuando habla de la patada, y no es estereotipado. Es el éxito que todos quieren escuchar, como su propio "Born to Run" o "Margaritaville". Lo ha contado cientos de veces, mayormente en sesiones de firma de autógrafos en todo el país. El hecho de que sucedió hace 40 años no le quita entusiasmo. Él ha sido llamado para recordar esa patada tantas veces (10 ó 20 años después del hecho, durante la temporada pasada en que los Saints llegaron al Super Bowl) que le sale solo.
Y él no se preocupa mucho por decirle al mundo que la vida es mucho más que una patada. ¿Cuánta gente con discapacidades físicas juega al fútbol americano, y mucho menos durante una década como profesionales? "Si la gente quiere hablar conmigo" sobre la patada, dice, "eso no me molesta".
Pero en verdad, él no piensa en eso muy seguido. Su oficina, la única sala con recuerdos del fútbol americano, tiene un cuadro de él pateando un gol de campo ganador, pero es una patada diferente, ante los Rams.
Sobre su armario están los muchos balones que recibió a través de su carrera. Él está más orgulloso del balón que recibió luego de que los Saints derrotaran a Dallas.
"Siempre odié a los Cowboys", dice.
Claro, tiene un par de cosas para el recuerdo: dos artículos de periódico enmarcados, una carta del presidente Richard Nixon. Pero eso es todo.
Su zapatilla y el balón están en el Salón de la Fama de los Saints. ¿Su camiseta? En una vitrina en su escuela secundaria de San Dieguito High en Encinitas, California. ¿Sus pantalones? No tiene idea de donde están. ¿Su casco? Se lo dio a un amigo.
Algunos atletas, como por ejemplo Dan Marino, han sido muy protectores con sus récords, preocupándose porque su legado desaparezca cuando el récord ya no esté. Por su parte, Dempsey se conmovió cuando en 1998 cuando el pateador de los Denver Broncos Jason Elam lo empató, en el aire más ligero de las alturas.
Hace poco más de un año, un pequeño grupo de gente en Encinitas comenzó un movimiento para inmortalizar la patada.
Ellos quieren erigir una estatua de Dempsey de una tonelada pateando para el récord en un parque en construcción. El movimiento, llamado el Proyecto Dempsey, está suspendido, esperando que el parque de 44 acres sea aprobado. Pero si la población local acepta el parque, la estatua se erigirá en alrededor de un año.
"No es solamente por un récord que se ha mantenido por 40 años", dijo el intendente de Encinitas Dan Dalager, amigo de la infancia de Dempsey. "Es también por el tipo de persona que él es".
A Dempsey no parece importarle el hecho de que, algún día, su nombre ya no estará en la cima de esa lista. "Los récords se hicieron para romperse", dice, encogiéndose de hombros. Claro, no importa cuán raro sea que la gente piense que uno llegó a la cima de su carrera a la edad de 23 años, él sabe que ese momento lo ha ayudado mucho en la vida.
Después de todo, esta semana de agosto marca el quinto aniversario del Huracán Katrina. En 2005, Dempsey y su esposa Carlene, vivían en Metairie, Louisiana. Su hogar fue invadido por alrededor de un metro de agua.
Si es que se sintió incómodo sobre la atención que recibió gracias a ese momento, eso se ha aclarado rápidamente. Dempsey fue capaz de reconstruir su vida en parte gracias al dinero que ganó con aquella patada, apareciendo en exhibiciones y firmas de autógrafos, a menudo hasta ocho veces por año.
Él sabe que nadie lo llamaría si no fuese por aquella patada de 63 yardas. Ha conocido mucha gente gracias a aquello, y ha ganado bastante dinero, lo suficiente como para vivir en esta modesta casa en un momento en el que muchos nativos de Nueva Orleans todavía se preguntan cómo podrán ponerse a andar nuevamente.
"Tuve suerte", dice.
¿Y si es solamente gracias a aquella patada? Él lo acepta con una sonrisa, y se conforma con su lugar.
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