Cuando un equipo inferior vence a un rival superior, se genera un problema recurrente en la NFL: aparecen las expectativas poco realistas.
Eso fue lo que sucedió tras la victoria frente a los Rams, en la Semana 1 de mi temporada de novato. New Orleans festejó el arranque de 1-0 como si hubiéramos obtenido un boleto al Super Bowl.
Tres semanas después estábamos 1-2-1, producto de un empate y dos derrotas por paliza.
En la Fecha 5 recibimos a los Cowboys, y la ilusión al parecer seguía viva, porque no cabía un alfiler en Tulane Stadium.
Esa temporada me convertí en verdugo de las defensivas con sobrenombre. Primero superé a L.A. y su "Fearsome Foursome", y luego a Dallas y su "Doomsday Defense".
Ganamos ese partido en parte gracias a que Tom Landry, entrenador en jefe de los Cowboys, aún insistía en la idea de repartir la labor de mariscal entre Roger Staubach y Craig Morton.
Y en parte gracias a que lancé para un touchdown y corrí para otro.
New Orleans fue una fiesta otra vez, pero yo sabía que, aunque pudiéramos dar algunas sorpresas, al final éramos un equipo mediocre.
Además sufrí un desgarre en una pierna contra Dallas, y venía arrastrando una fastidiosa lesión en el pie. Así que mi panorama para el resto de la temporada no lucía muy favorable.
Luego de vencer a los Cowboys regresamos a la realidad: sólo ganamos otros dos juegos en el resto de la campaña.
Dallas, en cambio, volvió a perder solamente una vez, contra Chicago en la Semana 7.
Después de eso, Landry tomó la decisión largamente esperada de optar por un solo mariscal. Le dio el timón a Staubach, y los Cowboys no volvieron a caer.
La ofensiva de Dallas lideró la NFL en puntos anotados, y la "Doomsday Defense", plagada de estrellas como el tackle defensivo Bob Lilly, el apoyador Chuck Howley y el esquinero Mel Renfro, mantuvo al rival por debajo de los 14 puntos en ocho de los siguientes 10 partidos, incluidos los playoffs.
El equipo que venía de fracasar en postemporada en cinco campañas consecutivas, dejó de ser "el campeón del año que viene", para ser el campeón de 1971.
Después, Dallas regresaría a la postemporada en 12 de las siguientes 14 campañas.
En total, entre 1966 y 1985, fueron 18 temporadas de playoffs en 20 años. Una demostración de consistencia sin paralelo en la historia de la liga, que convirtió a los Cowboys en el "Equipo de América".
Todos adoran a los ganadores.
Nadie quiere a los perdedores.
En esos mismos 20 años, los Saints llegaron a los playoffs... eh... mmm... nunca.
Y tuvieron temporadas ganadoras... eh... mmm... jamás.
¿Cuál era la diferencia entre uno y otro equipo?
En lo primero que uno pensaría es en el dinero. Pero el dueño de los Saints no tenía reparos al abrir la billetera. Les aseguro que, al menos en mi época, los Cowboys no gastaban más que nosotros.
¿Cuál era entonces el problema?
En mi opinión, la clave era que el dueño de los Saints nunca dio con un buen gerente general.
Nunca dio con alguien como Tex Schramm, gerente general de los Cowboys.
La NFL entera se benefició de la inteligencia, la creatividad y las innovaciones de Schramm. Así que imagínense cómo se habrá beneficiado Dallas.
Schramm encontraba siempre al hombre indicado para cada trabajo.
Cuando estaba con los Rams, descubrió a Pete Rozelle, y nombró director de Relaciones Públicas del equipo a quien luego, como comisionado de la NFL, convertiría a la liga en tal vez el negocio deportivo más exitoso del planeta.
En Dallas, Schramm nombró a Tom Landry como entrenador en jefe y a Gil Brandt como jefe de Evaluación de Talento.
Ellos tres construyeron el "Equipo de América".
Cuando me preguntan por qué los Cowboys de hoy no triunfan como los de mi época, yo respondo: "Antes, el gerente general era Schramm. Ahora es Jerry Jones".
Cuando me preguntan por qué no triunfaban los Saints en mi época, yo respondo: "Mientras Dallas tenía a Schramm como gerente general, nosotros teníamos a un astronauta".
Así es, aunque suene descabellado.
En medio de los constantes cambios que se sucedían en las oficinas del equipo, un día aterrizó en la gerencia general un astronauta.
Se llamaba Richard Gordon, y estuvo más de cuatro años en el cargo.
Su experiencia en la NFL era nula, salvo que alguien encuentre una vinculación entre el fútbol americano profesional y un viaje a la luna a bordo del Apolo XII.
Otra diferencia notable, entre Dallas y New Orleans en los '70, era la estabilidad en las laterales.
Durante mi tiempo con los Saints, Landry fue el único entrenador en jefe de los Cowboys. Lo mismo sucedía con Don Shula y los Dolphins, que ganaron dos Super Bowls en los '70, al igual que Dallas.
Además, Landry era el coordinador ofensivo de los Cowboys, lo cual facilitaba mucho el trabajo de Staubach. Los Dolphins a veces cambiaban de coordinador ofensivo, pero el sistema seguía siendo siempre el de Shula, para tranquilidad mental del mariscal Bob Griese.
Durante mis 12 años en New Orleans, en cambio, yo tuve cinco entrenadores en jefe y ocho coordinadores ofensivos.
Ken Shipp, el coordinador ofensivo de quien les hablé en el capítulo anterior, se excedía en su parsimonia, es cierto; pero el tipo era un experto en su materia, conocía su trabajo, sabía lo que hacía.
Lo cortaron en 1972 y lo reemplazaron por John North, quien nunca había sido coordinador ofensivo.
Poco tiempo después, despidieron al entrenador en jefe J.D. Roberts. Pero no lo hicieron al final de la temporada, como hacen los equipos inteligentes para darle tiempo al sucesor de acomodarse en el cargo.
Lo hicieron durante la pretemporada del '73.
North fue promovido a entrenador en jefe, y su primera medida fue nombrar como coordinador defensivo a Bob Cummings.
Cummings no tenía idea acerca del juego profesional. Su única experiencia como entrenador había sido con un equipo de preparatoria. Como era de prever, nuestra defensiva fue un desastre bajo su mando. Pero eso no importaba, porque era amigo de North.
Y así seguían acumulándose las campañas perdedoras.
En 1975 se inauguró el Louisiana Superdome. Una obra maestra, en mi opinión, que sigue ofreciendo, aún hoy, todo lo que un estadio moderno debe ofrecer.
Ese mismo año, los Saints les dijeron adiós a North y a sus amigos.
Cansado de ser el hazmerreír de los otros dueños, John Mecom avanzó con artillería pesada y contrató a Hank Stram.
A diferencia de sus antecesores, Stram era respetado en toda la liga y llegaba con intachables credenciales.
Había llevado a los Chiefs a dos Super Bowls y ganado uno. Era un innovador y un genio ofensivo, y su "bolsillo móvil" encajaba perfecto con mi estilo de juego.
Luego de firmar en New Orleans, Stram me confesó que yo era la razón por la que había aceptado el cargo. Me dijo que conmigo, gracias a mi movilidad, iba a poder hacer cosas que no había podido hacer con Len Dawson en Kansas City.
Anunció a los cuatro vientos que iba a "construir la ofensiva de los Saints alrededor de Manning".
El problema fue que nunca tuvo a Manning. Al menos no al 100 por ciento.
En 1976, el primer año de Stram al frente del equipo, una lesión en el codo, que no me permitía lanzar y que requirió de dos operaciones, me hizo perder la temporada.
Al año siguiente, un esguince de tobillo me tuvo limitado, y una fractura de mandíbula me tuvo inactivo por tres juegos, producto de un golpe de Jeff Merrow, ala defensiva de los Falcons.
Sin embargo, por primera vez desde mi llegada a New Orleans, yo podía ver signos de que las cosas estaban cambiando.
Aunque Stram se estaba comprando enemigos en la organización, debido a sus impredecibles estados de ánimo y sus peculiares técnicas de motivación --incendiar el video de una derrota, por ejemplo--, a mí me parecía que su proyecto era creíble.
Stram había acordado con la directiva llevar adelante un plan de cinco años, y estaba desarrollándolo con paciencia y seriedad.
No contrataba amigos ni gente extraña, sino personal idóneo.
Trajo como asistente a Dick Nolan, un experto en defensiva que había sido entrenador en jefe de los 49ers y los había llevado dos veces al juego de Campeonato de la NFC, donde San Francisco había caído en ambas ocasiones ante Dallas.
Yo percibía que al fin se despejaba el horizonte, al fin estábamos listos para el despegue, al fin las ilusiones y esperanzas eran bien fundadas.
Y entonces, mientras estaba preparándome en temporada baja para la que yo imaginaba iba a ser la mejor campaña de mi carrera, llegó la noticia demoledora: los Saints habían cortado a Stram.
El problema de los equipos que entran en la vorágine de poner y sacar entrenadores continuamente, es que no pueden salirse de ese círculo, ni siquiera cuando por fin han conseguido al hombre correcto.
La inercia del constante cambio pesó más que el raciocinio en New Orleans, y el plan quinquenal de Stram quedó trunco luego de apenas dos años.
A veces pienso que Stram no estuvo del todo equivocado cuando dijo aquella frase que les comenté en el capítulo anterior, acerca de que yo era un mariscal franquicia, sin franquicia.
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