Como novato, Danny Abramowicz sumó 50 recepciones. Nada mal, para un chico reclutado en la última ronda de un draft de 17 rondas.
Para comprender la poca importancia que los Saints les daban a sus selecciones tan tardías, en esa misma 17ª ronda de 1967 eligieron a otro receptor abierto, Jimmy Walker. Y sabían que nunca iban a firmarlo.
Walker era un estelar jugador de básquetbol de Providence, a quien los Detroit Pistons habían reclutado con el pick Nº 1 global del draft de la NBA.
Walker obviamente optó por el básquetbol, pero al menos Abramowicz sí firmó con New Orleans.
Luego de su excelente temporada de novato, Abramowicz mantuvo el ritmo. Superó las 50 recepciones en las siguientes tres campañas. Dos años después, sin embargo, pese a que estaba promediando más de 51 pases atrapados por temporada, y pese que yo estaba desarrollando una buena relación con él, los Saints canjearon a Abramowicz a San Francisco, un rival de división.
Nuestra amistad no terminó, porque él siguió viviendo en New Orleans. Y en 1988, cuando los Saints inauguraron el Salón de la Fama del equipo, nos convertimos en los primeros dos jugadores en ingresar al recinto.
Cuando los Saints cortaron al entrenador en jefe Hank Stram, tras la temporada de 1977, Abramowicz puso en palabras lo que muchos alrededor de la liga estaban pensando.
"Debes irte de New Orleans", me dijo. "Vete a un lugar donde tengas oportunidad. Aquí te van a matar sin razón".
En cierta forma me estaban matando. Vivía constantemente lesionado, en gran parte debido a la falta de protección en la línea y a la falta de inteligencia ofensiva en las laterales.
Sin embargo, había un motivo emocional y otro racional que me impulsaban a quedarme en New Orleans.
El emocional era que mi familia ya se había establecido en la ciudad, y teníamos dos niños muy pequeños, Cooper y Peyton. No era la situación ideal para andar pensando en mudanzas.
Además, yo siempre había criticado la falta de lealtad en la NFL, y no quería ir en contra de mis predicamentos.
El motivo racional era que si yo exigía un canje, podía terminar en una situación aún peor. Los equipos que en ese momento necesitaban mariscal, no estaban mucho mejor que nosotros.
Además, me gustaba lo que Stram había dejado armado, y cabía esperar cierta continuidad, porque el nuevo entrenador en jefe era su asistente Dick Nolan.
Nolan tenía antecedentes exitosos en San Francisco como genio defensivo, y para la ofensiva había traído a su cuñado, Ed Hughes.
Incorporar familiares era una práctica que había resultado nefasta en años anteriores para los Saints, pero, a diferencia de otros casos, al menos Hughes sí tenía experiencia en la NFL y sabía lo que estaba haciendo.
Los movimientos de plantilla también me daban razones para el optimismo.
Stram había seleccionado con el pick Nº 3 global del '76 a Chuck Muncie, un corredor que parecía destinado a la grandeza y que además tenía buenas manos en el juego aéreo, lo cual siempre son buenas noticias para un mariscal. Y en la segunda ronda había reclutado a otro corredor, Tony Galbreath, uno de los mejores atletas con los que he jugado.
Así que estaba latente la promesa de contar, por fin, con un respetable ataque por tierra.
Y más tarde, Nolan incorporaría otros refuerzos que también invitaban a imaginar un futuro mejor.
Mediante un canje con St. Louis llegaron Ike Harris, un receptor abierto confiable, y Conrad Dobler, un guardia que intimidaba por jugar siempre al límite de lo legal.
Dobler decía que cuando un liniero defensivo intentaba desviar un pase levantando los brazos, él le daba un puñetazo en el pecho para que los bajara inmediatamente.
Harris me reveló un episodio de cuando ambos estaban en St. Louis. En un partido ante Philadelphia, Bill Bradley, profundo de los Eagles, quedó lesionado en el suelo. Mientras otros jugadores lo observaban en el piso, Dobler se acercó y escupió sobre él.
Después de eso, obviamente, su equipo estaba esperando la primera oportunidad para canjearlo.
Otra incorporación que me ilusionaba era la de Wes Chandler, a quien reclutamos con el pick Nº 3 global del '78. Era uno de los mejores receptores abiertos que había dado la Universidad de Florida en toda su historia, y me entusiasmaba la idea de lanzarle pases.
Así que permanecí en New Orleans, y durante un par de años pareció que había sido la decisión correcta.
En 1978 logramos marca de 7-9, y en 1979 conseguimos algo inaudito: una campaña de .500, con registro de 8-8.
Además --preparen los aplausos--, me eligieron al Pro Bowl en ambas temporadas.
Era evidente que estábamos a la alza. Muncie y Galbreath eran imparables, y la ofensiva en el '79 anotó más puntos que en cualquier otra temporada en la historia del equipo.
De cara a la campaña de 1980, muchos nos daban como favoritos para ganarlo todo.
Y no estoy hablando de los aficionados de New Orleans, ni de la prensa local. Estoy hablando de analistas independientes.
Al menos en los papeles, ¡éramos candidatos al Super Bowl!
¿Y qué pasó?
Preparen los abucheos.
Terminamos 1-15.
Aún hoy sigo sin entender qué demonios fue lo que nos ocurrió.
Hay una confesión de un ex compañero, el ala defensiva Don Reese, que puede servir para explicar nuestra monumental caída, y seguramente sirva para entender por qué el dueño se desprendió de Muncie --y también de Reese-- luego de esa fatídica temporada.
Pero la presento como hipótesis, y no como hechos empíricos, porque no puedo confirmar las cosas que dijo Reese en su pavoroso desahogo.
No puedo confirmarlas, porque no las vi. Tal vez yo era demasiado ingenuo, y por eso no me enteré de lo que supuestamente estaba pasando. O tal vez estaba demasiado enfocado en mi vida familiar y en la crianza de mis hijos, lo cual me mantenía alejado de ciertos círculos extradeportivos.
A mí, las palabras de Reese me sorprendieron tanto como a cualquiera.
Reese, fallecido en el 2003, formó parte de aquella decepcionante campaña del '80, y su terrible declaración llegó algunos años después, cuando ya se había retirado de la NFL, luego de una carrera que había empezado en Miami, continuado en New Orleans y terminado en San Diego.
Voy a transcribir lo que dijo, y con eso voy a dar por terminado este capítulo.
Esta es la confesión y la denuncia de Reese:
"Odio el fútbol americano. Odio la NFL".
"La cocaína llegó a mi vida cuando los Dolphins me eligieron en la primera ronda del draft de 1974, y desde entonces me ha dominado. De una u otra forma, ha controlado cada minuto de mi existencia".
"Quienes en aquel tiempo consumían cocaína, le llamaban 'la dama'."
"La dama es un monstruo. Un monstruo que destruye vidas, destruye el cuerpo y el talento de los atletas. Arruina las carreras de grandes deportistas como Chuck Muncie, quien yo creo tenía potencial para ser el mejor jugador de la liga".
"Muncie era Superman. Porque sólo Superman podía hacer lo que él hacía en el campo de juego, y al mismo tiempo tomar cocaína. Lo señalo con nombre y apellido, porque lo quiero como a un hermano, y si él se hubiera librado de la adicción, habría sido como dos Jim Browns".
"El juego es deshonesto cuando hay jugadores drogados. Si 11 jugadores que no usan drogas, se enfrentan a 11 que sí usan, los que no usan ganarán todas las veces".
"Si en un equipo hay drogas, ese equipo nunca jugará a la altura de su potencial. Al menos no por más de un cuarto. Luego es todo cuesta abajo. Me sucedió a mí: no poder hacer jugadas que tendría que haber hecho fácilmente; estar en un partido y que todo se volviera negro. O de pronto se volvía como un sueño: estaba solo en el campo; nadie alrededor".
"Los Steelers eran un equipo sin drogas, y vean cuántos títulos obtuvieron. Los Dolphins estaban limpios, hasta que empezaron a ganar Super Bowls; luego cambiaron. Yo estuve allí cuando empezaron a cambiar. New Orleans era un teatro del horror. Los Saints perdieron 14 juegos en fila en 1980, cuando las drogas se convirtieron en el pasatiempo más popular de la NFL".
"Los jugadores aspiraban coca en el vestidor, antes del partido y en el medio tiempo, y se quedaban despiertos toda la noche, buscando reaprovisionarse en las calles. Yo lo sé. Yo fui uno de ellos".
"San Diego debería haber ganado el Super Bowl dos veces a principios de los '80, con el talento que tenía. Pero había demasiada droga. Yo fui parte de eso. Jugué allí mi última temporada de NFL. Muncie vino conmigo, canjeado de los Saints a los Chargers".
"La cocaína estaba en toda la liga, y casi todos los entrenadores lo sabían. Tenían que ser tontos para no saberlo, y ése no era el caso de Don Shula en Miami, por ejemplo. Él era muy sagaz; teníamos que escondernos bien, para que no nos descubriera. Dick Nolan sospechaba algo en New Orleans, porque me lo preguntó un par de veces. Don Coryell seguramente lo sabía en San Diego".
"Estoy convencido de que los dueños también lo sabían. John Mecom lo descubrió en New Orleans, según me confesó después. Y yo creo que fue por eso que se desprendió de tantos jugadores estelares tras la temporada del '80. Mecom adoraba a Muncie, y de todas maneras se deshizo de él".
"Yo tenía 15 proveedores diferentes de cocaína en New Orleans. He visto vendedores de droga en los campos de práctica de la NFL. Todos los conocían".
"Fred Dean, ala defensiva de San Diego, era un tipo limpio. Ni siquiera le gustaba la cerveza. Cuando nos veía con cocaína en el vestidor, gritaba: '¡Fuera de aquí, malditos bastardos! ¡Nos están arruinando!'"
"Por un desacuerdo contractual, los Chargers canjearon a Dean a San Francisco, donde jugó un rol prominente para los 49ers y ganó dos Super Bowls".
"Cuando yo llegué a San Diego, proveniente de New Orleans, un novato se acercó a hablarme, y esa escena me recordó mi primer día en la liga. Siete años después, mi vida era un completo desastre. Estaba drogado la mitad del tiempo, y desesperado por drogarme la otra mitad".
"Mi carrera, alguna vez promisoria, terminó en el infierno. Mi fortuna se evaporó. Me encontré varias veces arrodillado frente al arma de un prestamista, que amenazaba con matarme si no pagaba mis deudas. Había impactos de bala en mi casa, de alguien que quería recordarme que le debía dinero. Mis hijos saltaban sobre mi cama al amanecer, antes de irse a la escuela, y yo perdía la conciencia hasta que ellos volvían a saltar sobre mi cama por la tarde".
"Ese novato que se acercó a hablarme en San Diego, me recordó mi llegada a la NFL. El chico me dijo: 'Me han informado que tú puedes conseguirme algo de cocaína... sólo una probadita'. En él me vi a mí mismo, siete años antes, listo para arruinar mi vida".
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