jueves, 9 de diciembre de 2010

Aunque no lo parezca, Albert Haynesworth ha valido cada centavo para Washington


Dieciséis tacleadas en total. Dos y media capturas. Cuatro partidos ausentados. Tres pruebas de acondicionamiento físico reprobadas.

Ah, y por lo menos una instancia de literalmente quedarse dormido en el trabajo.

En términos de fútbol americano, el suspendido tackle defensivo de los Washington Redskins, Albert Haynesworth, no ha sido un mero fiasco. Ha sido un activo tóxico, un error multimillonario, una montaña humana --¿o un vacío humano?-- de drama de vestidor y mediocridad profesional.

En términos de fanatismo, sin embargo, ha valido cada centavo.

De verdad.

Déjenme explicar.

Los Redskins apestan. Abrumadoramente. Son un equipo viejo, gracias a la plantilla más anciana de la NFL. Tienen poco talento, con apenas un jugador en el Top-20 de la liga pasando, corriendo o recibiendo. Son ofensivamente inermes (Nº 28 en puntos anotados), defensivamente desvalidos (Nº 29 en yardas permitidas) y están atrapados hasta la cintura en otro cambio de régimen, trabajando bajo su quinto entrenador en jefe en 10 años. ¡Esta vez las cosas serán diferentes!

En resumen, Washington es malo. Y aburrido. Pese a la voluntad del propietario Daniel Snyder de gastar dinero --quizás a causa de ello-- la alguna vez orgullosa franquicia de Joe Gibbs y Darrell Green se ha convertido en algo insufrible por casi una década. Y eso es suficiente para convertir a la afición en unos malhumorados.

O lo que es peor, desinteresados.

Desconectados.

Apáticos.

Los aficionados apáticos no compran jerseys. No hacen largas filas para adquirir entradas de toda la temporada, No siguen de cerca los tweets sobre la plantilla en el campamento de entrenamiento, como los obsesionados investigadores de SETI. Llegando el otoño, encuentran algo mejor qué hacer con sus tardes de domingo. Como ebanistería. Definitivamente no invierten todo lo que tienen en fútbol americano mediocre, porque el fútbol americano mediocre es feo, tedioso y no vale la inversión financiera o emocional que supera al seguimiento de "American Idol" y la colección de todos los álbumes en vivo de Pearl Jam, combinados.

A menos, por supuesto, que a los fanáticos se les dé una razón para que les importe.

Lo que usualmente equivale a tener alguien a quién culpar.

Aquí hay una cosa sobre el éxito deportivo: Es muy divertido. Realmente emocionante. Prácticamente es lo mejor. También es raro y fugaz. Los atletas envejecen. Los equipos se desbaratan. Las directivas toman decisiones terribles. La mayoría de temporadas terminan con una derrota; si tienes suerte, esa derrota ocurre en los playoffs. En los deportes, como en la vida, quedarse cortos es parte del orden natural. El par de la cancha (de hecho, el golf probablemente sea la metáfora perfecta).
Mike Shanahan
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Como tal, el fanatismo realmente no se trata sobre los triunfos. Se trata en creer que tu equipo puede triunfar, y luego disfrutar la catarsis del desprendimiento al asignar culpas cuando las cosas salen mal.

Aquí entra Haynesworth.

Como chivo expiatorio puro, Haynesworth es mejor que Wade Phillips. Superior a Brad Childress. Un escalón por arriba de Bartman. De hecho, el irritado tackle defensivo --Regla de los chivos expiatorios Nº 45: todos están irritados-- podría ser el Ali de todos los chivos expiatorios. El Michael Jordan del juego de culpabilidad. El más grande de todos ellos.

Analicemos:

¿Un tipo viscoso quien representa la carencia del esfuerzo máximo, cuyo apodo es "Fat Albert"?

Seguro.

¿Un gigantesco cheque de pago en un momento en que la economía se va por el drenaje, pero aún así los precios de las cervezas en los estadios permanecen groseramente elevados?

Seguro.

¿Un aparente sentido de derecho y una negativa a someterse a la autoridad, aunados con declaraciones ignorantes, sin arrepentimientos, egocéntricas y de autocompasivas?

Sí, sí, y sí.

Haynesworth es más que un inconsistente jugador de fútbol americano que choca con un entrenador en jefe enfadado y compañeros de equipo molestos: es un viviente compendio de todo aquello que odian los fanáticos del deporte. Es más, de todo aquello que aman odiar. Y eso es lo importante, es lo que lo hace valioso. Mientras un castigado Donovan McNabb suelta balones y el resto de los desgastados compañeros tropiezan, Haynesworth le da a los aficionados una razón que importa. Sentir algo más allá del entumecimiento de otra campaña olvidable de los Redskins que llegó como un león --¡Nuevo entrenador! ¡Nuevo mariscal de campo! ¡Aquí viene un 12-4!-- y culminó como un Steve Spurrier, post-Osaka.

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¿Se convierte en una pesadilla mediática nacional?

¿Si Mike Golic se somete a la misma prueba... la pasa?

Nota: se trata de preguntas retóricas.

Cualquiera puede ser un chivo expiatorio. No todos pueden ser excelentes para ello. Se requiere un grado de egoísmo descarado y no intencional que Haynesworth posee en cantidades industriales. Sobre el campo, Haynesworth luce mejor cuando jala dobles y triples bloqueos, liberando a sus compañeros para hacer jugadas; fuera del campo, Haynesworth en sus peores días jala un número extraordinarios de comentarios y críticas, liberando a todos los demás de tener que enfocarse en su parte del problema.

El caso más reciente: Después de una derrota por 31-7 de Washington ante los New York Giants para la cual Haynesworth fue desactivado --y por lo tanto, no estaba dentro del juego-- el tackle defensivo seguía dando la nota, generando fuego anónimo de sus compañeros, como si él hubiera sido la razón por la cual los Giants amasaron 197 yardas terrestres, sacando a los Redskins de la competencia por los playoffs en el proceso.

Olvídense de los jugadores defensivos que no podían taclear a nadie.

O de la ofensiva que no podía anotar.

O de los entrenadores y la directiva que le dieron forma a esta plantilla.

O del propietario que han presidido más de una década de disfuncionalidad y decepción.

O de los aficionados que siguen creyendo y pagando, año tras año, haciendo que todo lo anterior sea posible.

No, olvídense de todo eso. Haynesworth es el problema obvio. Sólo que ahora se ha ido, suspendido y sin paga por los últimos cuatro partidos de la campaña. Lo más probable es que nunca vuelva. La cosa es, yo creo que será echado de menos. Por lo menos hasta que hallen a otro a quién culpar.

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