martes, 29 de marzo de 2011

NFL Según Howard Bryant, los jugadores de la NFL reciben fama y fortuna a cambio de lo que logran sobre el emparrillado

Todo es divertido hasta que deja de serlo, cuando los jerseys con números desempeñan un rol secundario a los trajes de cuadros, cuando los libros de jugadas abren camino a los portafolios con expedientes legales. En estos momentos, los individuos se convierten en grupos, y el deporte deja de ser una cuestión entre el equipo de casa y el equipo visitante. En lugar de ello, los deportes se convierten en un cuatro contingentes diferentes: los jugadores, los propietarios, los aficionados y las cortes judiciales.
NFL
Getty ImagesNo hay solución a la vista para el conflicto laboral
Los fanáticos, siempre inconstantes, inseguros año con año sobre quién es aliado o enemigo, tienen problemas con cada uno de los otros tres.
Tienen una relación amor-odio con los propietarios, quienes dependen de su lealtad, a menudo sin devolverla a la hora de elevar los precios de las entradas, estacionamientos y mercancías. Aún así, los fanáticos adoptan una postura de súplica frente a los dueños, sin muchas diferencias a la manera en que los empleados se relacionan con sus patrones. Los propietarios controlan a los equipos. Imponen los salarios. Hacen las reglas. No se puede pelear ante los que mandan.
Los aficionados están peleados con el papel de las cortes --¿son heroicas o entrometidas?-- a menudo declarando un popular lema ("¿No tiene nada mejor que hacer el gobierno?"), olvidándose de que el gobierno y sus cortes (y no las ligas) crearon la agencia libre para jugadores de béisbol después de 100 años, y que las cortes finalmente exigieron un nivel de responsabilidad respecto al uso de sustancias prohibidas, y que las cortes (La juez de la Superma Corte de Justicia Sonia Sotomayor, entonces una juez federal de distrito, en particular) ayudó a terminar con la huelga en el béisbol de 1994-95, y que una corte en el asunto de Reggie White rompió la prohibición de la NFL hacia la NFL, finalmente permitiéndolo 20 años después de que ocurriera en el béisbol. Esas "intromisiones" del gobierno a menudo han salvado a los deportes para los fanáticos. Sin las cortes, los jugadores seguirían atados a los equipos de por vida, y no tendrían más que recuerdos para sus cuerpos rotos.
Y de nuevo, parece ahora que son las cortes las que tienen la mejor posibilidad de exigir sus responsabilidades a los propietarios en el actual cierre laboral de la NFL.
Sin embargo, la mayoría de los problemas es entre los aficionados y los jugadores a quienes siguen. Es una danza complicada revelada de manera más visible en tiempo de crisis, como el actual. Los jugadores a menudo sufren la mayor parte de la ira de la afición. Los fanáticos esperan que los jugadores sean empresarios menores, que sean agradecidos en lugar de intelectuales durante la negociación. Y por eso los aficionados han caído en la trampa del talento.
Quizás sea el dinero. En algún momento, los jugadores estaban más cercanos a las personas comunes y corrientes, por lo menos en términos salariales. Nunca fueron iguales, por supuesto, pero sus hijos asistían a escuelas públicas, y los jugadores vendían seguros o atendían en bares durante la temporada baja, no muy diferente a lo que haría un maestro. Hoy en día, la luna está más cerca de la clase trabajadora que LeBron James. Quizás sean celos, en el sentido de que la mayoría de aficionados jugaron deportes por su lado hasta un cierto punto, pero eventualmente se van alejando de la participación mientras que apenas un porcentaje ínfimo de la población total tiene la rara habilidad de jugar y recibir millones de dólares por seguir jugando.
O quizás sean simplemente los Estados Unidos, donde creemos que el tipo que firma los cheques es más especial que el tipo que hace el trabajo.
Quizás sean todas las anteriores.
Tony Adams
Getty Images¿Quién no recuerda a Tony Adams, jugador de reemplazo de 1987?
Pero la gran brecha que existe entre los jugadores y aficionados --la brecha que rompe la relación y a menudo convierte al jugador en enemigo-- es ésto: los jugadores tienen tanto talento que las reglas de la sociedad cotidiana a menudo no aplican para ellos, y hay una parte del aficionado común y corriente que simultáneamente resiente las ventajas que se ofrecen a los atletas por sus grandes talentos (especialmente durante la Gran Recesión) y pasa años de su vida paralizado por ello.
En este balance, el aficionado podría parecer celoso, pero los jugadores a menudo instigan esta separación al seguir las reglas (como en el caso de Miguel "¿no saben quién soy?" Cabrera), o permitir a la sociedad explotar sus talentos (como en el caso de Derrick Rose y las incontables violaciones académicas de la NCAA), al final eligiendo portar ese falso sentido de derecho sin emplear su propia brújula moral para determinar lo correcto de lo equivocado.
Durante los paros laborales, los aficionados arden en contra de las demandas del sindicato de los jugadores de que los propietarios revelen sus estados financieros. Porque si yo pidiera un aumento salarial y exigiera a mi patrón me mostrara sus estados financieros, me despedirían en el instante. Los aficionados arden en contra de jugadores que deben estar agradecidos de jugar un juego de niños. Los jugadores sufren la ira de los fanáticos porque, pese a su salto vertical o tiempo en las 40 yardas, al final del día, sigue siendo considerado un empleado y no un socio de negocios.
El talento es lo que cambia la ecuación. La mayoría de personas pueden determinar sus impuestos, ajustar números o escribir acerca de deportes. Al final, esas personas pierden palanca o carecen de poder porque pueden ser reemplazados.
Por el otro lado, muy pocos (si es que los hay) pueden correr como Michael Vick o jugar al baloncesto como Kobe Bryant o lanzar como Roy Halladay y persuadir a la gente que pague 200 dólares por entrada más 50 para estacionarse más 10 por cada cerveza para observar esos talentos dorados. El inmenso talento del atleta es lo que hace a los deportes profesionales una industria tan interesante. Hay sólo un puñado de tales negocios --deportes y artes-- en que el empleado generalmente tiene tanto poder en que es irreemplazable por su talento.
Eso da a los jugadores poder. Los hace diferentes, los hace más que empleados, porque la industria se cae sin ellos. Eso los hace socios por igual en la mesa de negociaciones. Brad Pitt gana 20 millones de dólares por película porque su talento vale mil millones para las personas que hacen las películas.
Por lo tanto, la retórica del "cállate y juega" no funciona. No son nosotros. Los aficionados no miran simplemente a los atletas. El fútbol americano de División II sigue siendo fútbol americano, pero pocas personas lo siguen porque no es de nivel mundial. Los atletas no son suficientemente grandes. Los golpes no son suficientemente fuertes. No corren lo suficientemente rápido.
Los aficionados quieren magia de los jugadores, pero no quieren que lo jugadores sepan que pueden hacer esa magia. Y aún así, los aficionados han probado que tienen su límite para esos deseos. Fueron una oposición vocal a los jugadores en la huelga de la NFL de 1987, y aún así estuvieron en contra de la oferta de los dueños de explotar su ira al usar jugadores de reemplazo para el inicio de la campaña.
Aficionado Packers
APFanáticos exigen a jugadores que callen y jueguen
No funcionó, aunque jugadores claves como Randy White, Joe Montana y Mark Gastineau cruzaron la línea de paro y las televisoras desestimaron a los jugadores al transmitir los partidos de jugadores de reemplazo. Tampoco funcionó cuando Major League Baseball se alistaba para iniciar la campaña del 1995 con jugadores de reemplazo después de que un paro de actividades en agosto del '94 costara el final de la campaña y la Serie Mundial.
Se trata de una dinámica curiosa, los aficionados y jugadores. Su talento les ha creado una fama tremenda y gran fortuna a los jugadores, pero algo igualmente importante les ha resultado elusivo: respeto. Y es aquí donde los aficionados se muestran impresionantemente escépticos respecto a una gran verdad del negocio en el mundo de los deportes: los propietarios no se hacen solos, cargando a la MLB, NFL, NBA o NHL sobre sus generosos hombros, pero meramente son un componente más de una industria que es tan pública como privada. La abrumadora mayoría de los estadios les pertenecen, a ustedes los contribuyentes, y aún así las ciudades y estados que les obligan a pagar por la infraestructura del deporte parecen decirles que no tienen voz en el conflicto.
El talento del jugador únicamente tiene valor porque el aficionado está dispuesto a pagar por verlo, pero aún así tienen poca voz en el modo en que el negocio --por ejemplo los contratos televisivos que conectan al aficionado con el jugador, por ejemplo-- están estructurados.
A lo largo de los años, los aficionados han demostrado una disposición a pagar por entretenimiento de clase mundial --los mejores atletas compitiendo al nivel más alto-- y aún así los aficionados no parecen querer que los jugadores empleen su palanca, para reconocer su habilidad como el activo el más importante.
Los aficionados aman la habilidad de los jugadores durante los buenos tiempos, y la resienten durante el paro de actividades. Pero para toda la ira, lo último --la nueva UFL y la posibilidad de que la NFL emplee a jugadores de reemplazo parecen ser las siguientes pruebas-- que aceptarán los aficionados a muerte será al tipo que entrega paquetería portando un jersey de los New England Patriots llamándose a sí mismo jugador. El aficionado parece seguir queriendo que el jugador se siga considerando un empleado, atado a los propietarios que en más de un siglo de deportes profesionales aún no logran demostrar que una liga deportiva en los Estados Unidos puede sobrevivir con algo menos que talento de clase mundial.

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